La cebolla puede consumirse tanto cruda como cocinada. Cuando se cuece, se fríe o se asa pierde su fuerte sabor, se ablanda y adquiere una textura tierna y un sabor suave y delicado.
Cuando se rehogan diferentes verduras, primero es conveniente sofreír la cebolla entre 2 y 5 minutos y después incorporar las otras verduras, comenzando por las más duras y con menor contenido en agua (p.e. zanahoria y pimiento) y después las de mayor contenido en agua (p.e. tomate y calabacín).
Cuanto más tiempo se rehogue la cebolla, su sabor será más dulce y estará más tierna. Además, si se sofríe a fuego lento y durante un tiempo prolongado (mínimo 30 minutos), los azúcares de la cebolla se caramelizan y aportan un color dorado y un excelente sabor a nuestros platos.
Al saltear la cebolla a fuego fuerte y con poco aceite conseguimos que quede tierna por dentro sin que pierda su textura crujiente.
Las cebollas cocidas pierden parte de su sabor picante y tienen un sabor ligeramente crudo. Conviene cocerlas a fuego medio-alto y el tiempo oscila entre los 30-40 minutos, dependiendo de la variedad y el tamaño de las cebollas.
Las cebollas asadas tienen un delicado sabor dulzón que las convierte en un sabroso acompañamiento para platos de carnes y pescados. Se pueden asar enteras a 200º C, entre 40-50 minutos, o en rodajas a la misma temperatura durante 20 minutos.
Al cortar las cebollas se desprenden unos compuestos sulfurados que irritan las mucosas nasales y los ojos haciéndonos llorar. Evitarlo no es fácil, pero las molestias pueden reducirse: